¿Hace falta saber un idioma con tanta tecnología?

¿Hace falta saber un idioma con tanta tecnología?

08 de enero de 2018


Después de casi toda una vida, un vampiro se reúne con su hijo. Éste ya es una persona adulta, aquejado de una grave enfermedad y solamente habla francés, para desesperación de su padre inmortal, que desconoce ese idioma. La solución la encuentra en un aparato que realiza traducciones simultáneas y así conversar con su canoso hijo.

Lo cierto es que dicho aparato existe en la realidad. No obstante, la tecnología no está lo suficientemente desarrollada como para emplearla con la naturalidad con la que la emplean en la serie, máxime si tenemos en cuenta el fuerte acento irlandés del vampiro. En circunstancias normales, el traductor necesitaría disponer de un dedo extensible para rascarse el altavoz intentando descifrar el mensaje recibido por parte de su dueño.

Pero esta ficción no está muy desencaminada de cómo sortear la barrera idiomática en el futuro. En la actualidad ya disponemos de elementos tecnológicos que permiten la traducción inmediata a través de la voz. Google, por ejemplo, utiliza la cámara de los teléfonos móviles para traducir un menú en tiempo real. El problema, sin embargo, reside en las limitaciones de su memoria, incapaz de entender un contexto determinado, interferido por ruidos externos o, como en el caso del vampiro, identificar acentos demasiado cerrados o mal pronunciados.

Por tanto, lamento comunicaros que, a fecha de hoy (y de un futuro cercano), resulta esencial conocer otros idiomas tanto para salir de viaje como trabajar. Aparentemente, en España algunos no piensan igual. Simplemente comparando este punto de vista personal con la realidad en el resto del mundo podemos darnos cuenta de la razón por la que las empresas españolas se encuentran en clara desventaja competitiva con el resto de Europa.

De hecho, una de las novedades laborales más importantes con respecto a la última década es la realización de pruebas de nivel de inglés para acceder a un puesto de trabajo. Las empresas se han dado cuenta de la necesidad de contar con profesionales capacitados para comunicarse de manera fluida –o con el menor número de escollos posible- en el idioma oficial de la economía global, por lo que las nuevas incorporaciones deben contar con un nivel B2 como mínimo si quieren tener esperanzas de tener un trabajo decente y digno. De la misma manera, los trabajadores que conforman la plantilla se han dado cuenta de la necesidad de mejorar en el aspecto comunicativo y solicitan cursos de idiomas para empresas o formación in company que les permitan aspirar a mejoras laborales, estabilización de su puesto o posibilidad de ocupar puestos de mayor responsabilidad a través de ascensos cuyo requisito principal es, obviamente, hablar inglés con naturalidad y profesionalidad.

A pesar de esta realidad, aprender un idioma lleva su tiempo, que no sobra precisamente. Por tanto, es habitual utilizar la tecnología para paliar esa debilidad.

Desde los traductores de Internet –Google o Linguee-, pasando por el empleo gramatical libre del idioma –traducir literalmente del español-, se cree haber encontrado la solución a esos problemas. Craso error; ese don que tenemos de hacer de la ñapa una obra de arte no es más que un mal remiendo que nos calará hasta los huesos cuando empiece la temporada de lluvias. Los sistemas de traducción informáticos están muy verdes todavía. Su principal utilidad reside en disponer de traductores de palabras y alguna que otra frase habitual. Sin embargo, para los que estamos habituados a esto de los idiomas, conocemos la importancia del contexto de una palabra. Por ejemplo, buscad “get” en un diccionario. ¿Con cuál de todas ellas os quedaríais? O saber diferenciar entre los cuatro tipos de futuro que existen en inglés: horarios, planes y decisiones frente al will como reacción espontánea, opinión o futuro condicionado.

Conocer un idioma nos permite mandar un mensaje claro y sin hueco para malas interpretaciones. Además, da una buena imagen de la empresa, puesto que si sabes hablar bien, suenas más profesional. Al fin y al cabo, nos sucede lo mismo cuando alguien habla mal nuestro idioma; nos da mala espina. ¿Acaso no nos quejamos de lo mal que lo emplean –cuando lo emplean- nuestros políticos? Es hora de dejar de ver la paja en el ojo ajeno y humillarnos a la mirada de nuestros ombligos.