Inglés para profesionales, ¿Formación digital o presencial?

Inglés para profesionales, ¿Formación digital o presencial?

26 de diciembre de 2017


Cuando una persona empieza a trabajar en una empresa por primera vez, descubre la realidad laboral en su plena esencia. ¡Cómo cambian las cosas cuando pasan de la teoría a la práctica! Pues los conocimientos le sirven para entender la realización de las tareas, aunque el sistema de trabajo de la empresa le haga sentirse perdido en el océano profesional. No obstante, al cabo de un período de adaptación, estará capacitado para desempeñar la función para la cual fue contratado y la rutina se encargará del resto.

Algo similar sucede con el inglés corporativo. Con independencia de si el empleado posee formación académica reciente o con algo de polvo sobre su expediente, la comunicación realizada en este idioma se suele topar con ciertos muros en su práctica debido a varios motivos: la parquedad de contenido de algunos, fluidez trompicada en otros o vacío profesional en los últimos, por citar los ejemplos más característicos.

 

Este problema se agudiza aún más cuando observamos la gárrula soltura con la que la competencia internacional se expresa en este idioma. Honrosas excepciones aparte, simplemente basta con echar un vistazo a los países que mejor emplean el idioma de KeatsYeats o Byron para darnos cuenta que nuestro romance con el inglés todavía no nos ha enseñado la punta de su flecha.

 

Para paliar esta desafortunada situación, la empresa ofrece una formación lingüística a sus empleados, bien de manera presencial o empleando medios digitales. La pregunta inmediata que surge cada vez que nos encontramos con dos opciones es bastante clara: ¿cuál es la mejor de las dos?

 

En anteriores entradas hemos hablado de las virtudes y defectos de cada una de ellas. No vamos a ahondar más en el tema porque, para ser sinceros, poseer más información no siempre soluciona el problema. El enfoque que cada trabajador debe emplear debe ser individual y ajustado a su propia situación. Hay que realizar un examen de conciencia introspectivo, más cercano a la meditación yóguica que a la expiación de los pecados, para descubrir la capacidad real que el empleado tiene de cara a escoger un tipo de formación u otra.

 

Respirad tranquilos, que el viaje interior no es tan largo ni profundo. Simplemente hay que ser conscientes del tiempo que se dispone para el aprendizaje y cuándo podemos disfrutar de éste. Una clase presencial implica la presencia, valga la redundancia, de un profesor en las instalaciones de la empresa en un horario determinado; flexible en la mayoría de los casos, pero siempre condicionado a la disponibilidad del formador. Antes de iniciar la jornada, en la pausa del almuerzo o a la finalización del tiempo estipulado mediante contrato suelen ser los espacios temporales más habituales dentro de las empresas. Si el alumno cree poder estar disponible en alguno de esos momentos de manera constante, la presencial se adecuará mejor a sus necesidades. De manera inversa, si después del trabajo no dispone de ganas o tiempo que dedicar a otros menesteres profesionales, la formación digital de aprendizaje será el más conveniente para atender sus necesidades lingüísticas.

 

En caso de tener un tipo de trabajo de gran fluctuación horaria en sus responsabilidades (reuniones, viajes, etc.), perderá la mayor parte de clases presenciales ofertadas por la empresa. Sin embargo, puede sacar partido de dicha inestabilidad gracias a los cursos digitales, que le permiten disponer de toda la formación en el instante que mejor le convenga, sin tener que ajustar agendas o ritmos circadianos laborales para aprovechar las clases. De la misma manera que en el caso anterior, si disfruta de disponibilidad fuera de su jornada laboral, la formación digital se alza con el triunfo de su selección metodológica.

 

De esta manera, reducimos la indecisión del empleado para escoger el método de aprendizaje en la gran mayoría de los casos. Porque, cuidado, tenemos otra manera de elegir correctamente la forma en la que mejor aprovecharemos las clases. Y ésta es empleando la lógica que, en muchos casos, anula el razonamiento anterior. Pero, ¿cómo la podemos aplicar?

 

Muy sencillo; el alumno debe evaluar coherentemente cuál de los dos sistemas se adapta mejor a su capacidad de aprendizaje. No todo el mundo se siente cómodo con los medios digitales para aprender un procedimiento. Somos, al fin y al cabo, animales de costumbres y, como dicen en Inglaterra, “no le puedes enseñar trucos nuevos a un perro viejo”. Ateniéndonos a esta máxima, se debe buscar la comodidad por encima de la disponibilidad. Si el alumno aprende mejor, más rápido y más seguro con la presencia de un profesor delante, ¡despeja las dudas! Ya sabes que la formación presencial se ajusta mejor en tu caso. Por el contrario, si las clases suponen un aburrimiento y prefiere seguir su propio ritmo de aprendizaje, está claro que la formación digital es la solución para la corrección de debilidades idiomáticas. En caso de no adecuarse a su disponibilidad, hay que hacer un esfuerzo. Al fin y al cabo, volviendo a las frases hechas, “quien algo quiere, algo le cuesta”. La recompensa que va a recibir hará de bálsamo lenitivo a cambio.

 

De todas maneras, si a pesar de todo lo leído seguimos escuchando el zumbido de la incertidumbre, mostremos la última recomendación del artículo: una combinación de formación digital y presencial. Por mucho caos que embadurne el calendario, siempre hay un momento fijo que podemos emplear para las clases presenciales. Una o dos veces a la semana, dejando el resto en manos de la tecnología. El empleo simultáneo de la doble metodología permite disponer de todas sus virtudes aliadas con un mismo y único objetivo, que no es otro sino el de aprender el inglés de manera profesional. Lo tienes en tus manos. Señala con el dedo lo que prefieres y empieza a exprimir el zumo de la fruta del idioma a tu manera y según te convenga de la mejor manera.