El día a día de un profesor de idiomas in company

El día a día de un profesor de idiomas in company

06 de octubre de 2017


La luz de la ventana más trasnochadora de la ciudad apenas ha dejado de iluminar el patio cuando suena una alarma en otra casa. Su ocupante, profesor de idiomas in company, esperaba tumbado, ya despierto, disfrutando de los últimos cinco minutos de posición vertical de su breve descanso nocturno, a que la melodía de su teléfono le indicara que era hora de ponerse en pie. Realiza su programada actividad matinal en lo que el humanista castellano Alfonso de Palencia definió como galicinio –hora previa al canto del gallo- y abandona su hogar con el dilúculo, listo para barrer las estrellas del cielo un día más. Saluda al vigilante del metro cuando el servicio público de transporte abre sus puertas y espera paciente en el andén, leyendo un libro, a que pasen los convoyes que se dirigen a sus estaciones de inicio y que venga el primer tren en servicio. Cada parada de la ruta añade las mismas caras de personas que, como él, comienzan su rutina con matemática precisión horaria. Le queda un trasbordo, luego otro, antes de activar con energía sus piernas para salir de las tripas de la tierra y llegar a la empresa donde imparte su primera clase justo en el momento en el que el alba comienza a esparcir las tinieblas, también conocido como antelucano. Termina su clase y sale raudo, beneficiándose de la soledad de la acera, para volver a sumergirse bajo tierra y acudir a su segunda cita docente de la mañana. A su finalización, la ciudad ya habrá amanecido y se cruza con el resto de población que inicia su jornada cuando él termina la primera parte de la suya. Un profesor de idiomas in company es un lobo solitario viviendo a contratiempo de la sociedad y que lucha contra el tiempo constantemente para llegar puntual a sus clases, con independencia de la benigna o atroz climatología de las estaciones, la recóndita o inaccesible ubicación de determinadas empresas en la geografía de su comunidad o los ciclos alimenticios que rigen al resto de seres humanos. El mundo es su oficina, el sol su reloj y es feliz prestando sus vagabundos servicios durante toda la semana -la de siete, no la de cinco días.

Los estómagos comienzan a sentirse inquietos. El coro de borborigmos advierte que falta poco para la hora de comer en la oficina. Pero todos los empleados ya sabían que la hora de su pausa alimenticia estaba cercana, puesto que han visto al profesor de idiomas entrar en la empresa. Mientras imparte sus canónicas clases entre el Ángelus y la Hora de la Misericordia (de 12 a 15), los relajados trabajadores se preguntan, tenedor en mano, cuándo come. Nadie ofrece la misma respuesta. Tampoco aciertan. Porque, una vez que se despida, extiende sus alas para dar inicio a las clases de Vísperas.

El día a día del profesor de idiomas in company

Si durante las primeras clases se encuentra con caras de sueño y de hambre las segundas, el recibimiento vespertino –de media jornada y completa -refleja agotamiento. Pero el profesor de idiomas in company siempre les devuelve la energía con su sonriente conocimiento y entretenida lección, a pesar de haber superado con creces las doce horas de trabajo. No obstante, a veces le queda algún rezagado.

Junto a esa persona, acuestan al cansado sol y, finalmente, da por concluido su día, relajándose con el traqueteo del cercanías y observando la felicidad de la gente en la calle desde la ventana del autobús, regresando a su hogar, del que sale y entra puntualmente en la oscuridad. Una vez dentro, se preparará una infusión de misteriosa receta con la que protege las cuerdas vocales de su garganta del frío o del constante uso antes de, ahora sí, comer con frugalidad antes de preparar las clases de la siguiente jornada y recibir los beneficios del sueño en el conticinio de la noche, sonriendo por haber ayudado a mejorar las capacidades lingüísticas de sus alumnos.

Porque un profesor de idiomas in company es un bicho raro, un monje moderno que, sin ser necesariamente religioso, santigua el mapa de la ciudad a diario, de norte a sur, de este a oeste, recorriendo 400 quilómetros en un buen día sin perder la sonrisa o felicidad. No tiene contacto con otras personas, pues carece de compañeros de trabajo para realizar su función y es consciente de que responde ante unos jefes, aunque muchas veces se pregunta si no serán los misteriosos propietarios de El Castillo de Josef Kafka. A pesar de su soledad, todos los días comparte unos minutos con las más de diez mil personas con las que se suele cruzar e interactúa con múltiples y diferentes elementos de la sociedad empresarial y urbana. Su paciencia dura más que el astro rey sobre la bóveda celestial, cuenta con un mágico GPS en su cabeza que le orienta entre las desnombradas calles de los polígonos, sintiéndose como Teseo buscando al cretense Minotauro en el laberinto. Este héroe contemporáneo, anónimo Virgilio de los Dantes que se adentran en los infiernos de un nuevo idioma, aporta la claridad del conocimiento lingüístico ya que, como habéis podido comprobar, no tiene miedo a la oscuridad.