02 de diciembre de 2017
¿Os ha pasado alguna vez que, aprendiendo un idioma o hablando con un extranjero, descubrís o preguntáis por una palabra y resulta que coincide o es muy parecida a la española? Si se trata del portugués, italiano o francés, intuimos que la razón de dicha coincidencia se debe a la proximidad e influencia del latín en nuestros idiomas. Pero en caso de tratarse de un país más alejado… ¡menuda sorpresa!
Algo similar le sucedió a sir William Jones cuando el Romanticismo nacionalista del XIX le puso a comparar diferentes idiomas para encontrar una identidad nacional y se topó con las siguientes palabras: father, pater, patér y pitár. La primera, como sabemos, es la forma inglesa para referirse al padre. La segunda proviene del latín. Griego antiguo en el tercer caso. Sánscrito, el último.
¿Sánscrito? ¿Cómo es posible que, desde la fría Inglaterra hasta el húmedo subcontinente indio, se emplee la misma palabra? Tal vez fuera una casualidad. ¿Y si probáramos con otras? Mother: māter, mḗtēr, mātár-. Nephew: nepōs, népodes, nápāt-. Puede que la familia se parezca, pero no el resto de nombres… Name: nōmen, ónoma, nā́ma. Si coinciden los nombres, tal vez los pronombres personales sean distintos. You: tū, tú, t(u)vám. ¡También! Pasemos a los números… Two: duo, dúō, dvā́(u). ¡No puede ser! ¿Y los animales? Ewe (otra palabra para decir oveja): ovis, ó(w)is, ávi-. Mouse: mūs, mũs, mū́ṣ-. ¡Increíble! ¿También con la comida? Salt: sāl, háls, sal-ilá-. ¿Preposiciones? Over: super, hupér, upári. ¿Adjetivos? New: novus, né(w)os, náva-. ¿Verbos? Is: est, esti, ásti. ¿Astronomía? Night: nox, núks, nák. Star: stēlla, astḗr, stṛ.
Tanta coincidencia llevó a hacer creer al lingüista londinense que el sánscrito era, en realidad, el idioma original que todos hablamos. Pero no era así. Sus descubrimientos animaron a otras personas a buscar más similitudes entre lenguas europeas, vivas y muertas, realizando sorprendentes hallazgos. Uno de ellos, que el lituano y el sánscrito eran casi idénticos. Otro, que la triple conexión descubierta se extendía también al celta, persa y gótico. Si añadimos a la lista el eslavo, báltico, armenio, albanés, tocario e hitita, la conexión lingüística se extendía en un círculo que abarcaba desde la India y noroeste de China por un lado hasta Irlanda e Islandia por el otro. Eso descartaba al sánscrito como idioma madre (era imposible que hubiera influido tanto en zonas con las que nunca había estado en contacto y que su expansión se hubiera dado en una única dirección) o que la razón se debiera a la influencia de un imperio con sus conquistas (el latín de los romanos era moderno comparado con otras lenguas como el hitita, por ejemplo). Tuvo que existir un idioma que precediera en el tiempo a todos los conocidos y que abarcara dos continentes con su influencia. A este desconocido idioma lo llamaron PIE, acrónimo de Proto-Indoeuropeo, para definir no a un lenguaje sino a una base común de formación de palabras que dio a luz al resto de lenguas. En lingüística se define como cognado, que significa, más o menos, que la raíz etimológica es la misma pero con diferente fonética. Para entender esta variación sonora nos van a ayudar los cuentos infantiles.
¿Qué tienen en común La Cenicienta, El Flautista de Hamelín, Hansel y Gretel, Caperucita Roja o Blancanieves? Aparte de recuerdos de una infancia, se trata de antiguos cuentos y leyendas germánicas que los hermanos Grimm recopilaron durante su vida. Las historias no eran tan felices como las conocemos, pues Disney las suavizó eliminando escenas de sexo e incesto, sanguinaria y brutal violencia, abusos a menores, racismo (antisemita, principalmente) y madres –que no madrastas- más malas que un dolor. El motivo de que los hermanos dedicaran su vida a esta actividad de documentación e investigación tiene su base en el ya explicado movimiento de identidad nacionalista de la época. Si bien todos conocemos el nombre Grimm, pocos son capaces de asociarlo a su verdadero trabajo: filólogos. De hecho, hasta escribieron un diccionario sobre la lengua germánica. O casi, porque la vida no les dio tiempo para terminarlo. Gracias a sus conocimientos lingüísticos, encontraron una curiosa constante en su idioma con respecto al PIE: las oclusivas sordas se convertían en fricativas sordas. Para no complicar en exceso esta parte, prescindiré de emplear terminología fonética a partir de ahora. Ciertas letras que formaban parte de la raíz del PIE se transformaban en otras. Así, la P pasaba a ser F. Veamos la palabra Padre:
PIE *pH2tér- (recordad que el PIE es una fórmula y no un idioma en sí) Latín: pater. Griego antiguo: patér. Sánscrito: pitár. Celta: athir. Armenio: hayr. Tocario: pacar/pacer. Gótico: fadar. Alemán antiguo: Fader. Frisio: faar / faaðer. Inglés antiguo: fæder. Alemán: váter. Holandés: vader.
De aquí se deducen dos cosas:
La misma región geográfica comparte cambio fonético.
De haber sabido esto antes, no nos hubiera sorprendido que Darth Vader fuera el padre de Luke.
Sin embargo, esta romántica aventura del lenguaje también contiene drama y tragedia. La febril búsqueda de la identidad nacionalista comenzó a cruzar fronteras académicas y pasar a la política. El idioma se convirtió en persona, la lengua en pueblos y el origen, pureza. Algún pueblo llevo el PIE a Alemania desde Oriente. Si ese pueblo de la antigüedad fuera quien creó el idioma original, corroboraría la antigüedad de sus gentes. A mayor pureza idiomática, más noble e importante su nacionalidad actual. Por algún motivo, escogieron a los arios, provenientes del actual Irán. Que fueran altos, rubios y con ojos azules dice mucho de la calidad de la investigación. Pero el clima de la época radicalizó esa teoría, dictada por el lingüista Max Mueller y que acabaría siendo entendida como prueba de la superioridad racial germánica, plantando la semilla que asolaría Europa durante la primera mitad del siglo XX.
Afortunadamente, ahora estamos en paz. Si observáis el mapa que acompaña este artículo, podréis comprobar las diferentes maneras de decir esta palabra en Europa. En algunos casos, son prácticamente idénticas. En otros, diametralmente opuestas. ¿A qué se debe esto? De nuevo, recurriremos al PIE para descubrir que, en realidad, la palabra es la misma. Aunque no lo parezca.
Europa, a nivel lingüístico, tiene tres grandes pesos pesados: latín, germánico y eslavo. El imperio romano primero, los bárbaros germánicos después y las masivas invasiones eslavas han configurado el mapa en tres regiones geográficas fácilmente identificables: cuenca mediterránea, norte de Europa, Europa del Este.
La conexión latina es evidente en idiomas como el portugués, castellano, catalán, italiano, rumano y albanés. Sorprende un poco más que ésta también se dé en un país como Inglaterra, más germánico por tradición. Pero, como veremos más adelante, la influencia latina llegó hasta su lenguaje, no tanto de primera sino de segunda mano. La palabra paz es cognata de la pax romana, que significa calmar y pacificar. Sin embargo, ¿cuál es su raíz PIE? *pak-. ¿Y qué significa? Atar, fijar, asegurar. De aquí tenemos, entre otras, la palabra pacto, que hace referencia a la atadura de un acuerdo a través de un contrato. Si ahora observamos la palabra griega para referirse a la paz (eirene), no parece tener ninguna relación con la pax romana. Sin embargo, los romanos respetaban profundamente a los griegos. Cuando comprobamos el origen de eirene, descubrimos que proviene del verbo eiro, que significa… unir o atar algo que se había separado, con el significado de recuperar la concordia, armonía y… tranquilidad.
Por parte germánica, o norte de Europa para ser más exactos, tenemos formas igual de parecidas entre sí que Paz, pero con otro tipo de escritura. Vamos a coger Frieden, la forma alemana, como referente para las demás. Salvo en holandés, el resto empieza por la letra F. Sin embargo, tal y como demostraron los hermanos Grimm, las letras se transforman con el paso del tiempo. Un simple vistazo a la gramática inglesa –de fuerte componente germánico, frisio (holandés, para más inri)-nos recuerda que el plural de wife es wives. Por tanto, la palabra holandesa también es cognata de la raíz germánica. Queda comprobar cuál es la PIE para encontrarnos con *pri-, que significa gustar o amar. De la misma raíz tenemos las palabras Freund (amigo) y Frei (libre), términos que denotan tranquilidad. ¿Y cómo se dice tranquilidad en alemán? Ruhe. Tal vez sea una aventurada suposición, pero suena muy parecida a la forma de decir paz en finlandés y estonio. Hablando del finlandés, la palabra Taika, que es paz en lituano, se traduce como magia o brujería. Puede que la paz fuera vista como un hechizo o algo mágico en las relaciones humanas, teniendo en cuenta la capacidad de invasión y propensión a la guerra de los pueblos de la zona. No obstante, volvemos a estar elucubrando.
Solo nos queda comprobar la palabra eslava para saber si existe una relación similar con el latín o el germánico. Mir, como la estación espacial, tiene dos significados: paz y mundo. Ambos significados los encontramos en los nombres Vladimir (poseedor del mundo) y Casimiro (proclamador de paz). Deriva del Proto-Balto-Eslávico *mei?ras, cognata con el latín mitis, que significa calmado, tranquilo. Lo cual nos da una conexión directa con el germánico. Pero, si investigamos un poquito más, encontraremos que esa tranquilidad proviene del PIE *mei-. Que significa atar. Pero, claro está, nos quedan unos cuando idiomas por analizar, sin aparente relación con el resto de los idiomas de la zona. Como el polaco: Pokój. En checo, esta palabra define tanto espacio como paz, lo que nos recuerda a la doble traducción del mir eslavo. Si analizamos la raíz proto-eslávica, nos encontramos con *po- *kojb, que significa una pausa en el trabajo. Descanso parece un interesante sinónimo de paz, ¿verdad? Así que sigamos indagando. En PIE, la raíz es *kwoih2-o, cognata con la palabra latina quies (descanso, reposo, tranquilidad). No muy lejana de la paz germánica. Lo llamativo es que esa misma raíz PIE es cognata con el avéstico (indoiranio) šāiti- y el persa antiguo šiyāti-, que significan respectivamente felicidad y suerte. Llama poderosamente la atención la similitud de estas dos palabras con la paz irlandesa expresada por síocháin. Sin embargo, la coincidencia gaélica no se termina aquí, pues el Armenio antiguo hangčʿim (respiro, descanso), cognata de la misma raíz PIE que el término polaco, guarda mucha similitud con el heddwch galés. ¿Casualidad?
Por último, veamos qué sucede con el turco, húngaro y vasco. El origen de las dos últimas lenguas es un misterio para los filólogos. Su raíz no se ha podido determinar por ninguna fuente existente y las teorías sobre sus orígenes no terminan de convencer al círculo académico. Pero hay algo que llama poderosamente la atención: bakea, béke y bariç parecen compartir el cambio de consonante de los hermanos Grimm. Si cambiáramos esa B por una P, modificación más que real por semejanza fonética, obtendríamos PAK-ea, PÉK-e y PAriÇ, ciertamente similares a la PAX (paks) del latín. De la palabra magiar no se han encontrado posibles raíces. Sin embargo, el turco ha recibido una gran influencia del árabe, donde farih se emplea para decir alegría. Los árabes también dejaron su huella en España, aunque nunca entraron en el país vasco. Tal vez por esa razón sorprende mucho más que la palabra árabe para definir el descanso (baqia) se parezca tanto a la vasca. Y no olvidemos que la presencia islámica en Centroeuropa alcanzó a Hungría. Otro ejemplo es Rumanía, que conserva el toque latino tanto en su nombre como en su lengua, pero su vocabulario y escritura ha dejado espacio al turco y al eslavo por invasiones o convivencia vecinal pragmática.
De hecho, el Islam sesgó la conexión indoeuropea en el siglo VII y, como ya sabemos, ésta no se descubriría hasta doce siglos después. No es de extrañar, por tanto, que los países que fueron ocupados o mantenían una peligrosa cercanía territorial añadieran a su lengua términos árabes. España, sin ir más lejos. Sandía, limón, alfombra, azafata, aceite y ojalá (law šá lláh, si Dios quiere) son claros ejemplos de dicha influencia en nuestro idioma actual. Al fin y al cabo, hablamos un 80% de latín vulgar. También algo de griego: oergia significa trabajo y de ahí salen sinergia, metalurgia, energía e incluso Jorge, de George (Geo-tierra y oerge-trabajar). Una pizca de celta: carpintero, cerveza, Segovia. Algo de hebreo, especialmente los sábados y todo nombre propio que acabe en –el (Dios). Bastante catalán (paella, peseta, alioli y palabras terminadas en –el, como clavel y pincel). También vasco (izquierda). Galicismos (capó, élite), anglicismos (fútbol, sándwich, runner), germanismos (brindis, blanco, espía), términos italianos (pizza, ópera, piano), náhuatl (aguacate, cacahuete, chocolate), quechua (quinoa, coca, llama), taíno (huracán, canoa, hamaca)… Resumiendo, que hablamos un poco de todo el mundo. Pero no somos los únicos.
El idioma inglés, por ejemplo, es una coctelera donde se mezcla el norte y el sur de Europa para servir un cóctel de auténtica variedad. Celtas, romanos, anglos, sajones, vikingos y normandos juntaron el frísio germánico con el noruego antiguo antes de que llegara el francés a cantar su romance a sus habitantes. Si a eso le añadimos que la fiebre intelectual les hizo incorporar el latín y el griego como muestra de nivel cultural superior frente a la barbarie del norte de Europa, comprenderéis el por qué a veces se parece al español y otras no tiene nada que ver. Así que no os sorprenda que, a pesar de ciertas similitudes lingüísticas, la historia y el tiempo hayan logrado que finlandeses y suecos hablen idiomas distintos pero el lituano y el sánscrito antiguo sean tremendamente parecidos.
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